Aunque buena parte de la izquierda europea lo interprete de otra manera – la victoria del Sí en Catalunya es una muy buena noticia. Se podría justificar tal afirmación, primero, con un argumento ex negativo: el estado español es tan autoritario que todo lo que le debilite, es de celebrar. Un informe criminológico encargado por el gobierno vasco constató hace poco que desde el año 1980 se han registrado más de 2000 casos de tortura.
Gracias a que Justicia, medios de comunicación y la mayoría del electorado español encubrieron esta práctica, estos hechos han quedado completamente impunes. A esto se suma la ilegalización de partidos, periódicos de izquierda, organizaciones juveniles, referéndums democráticos, centros sociales y el encarcelamiento de líderes políticos y sociales. Todo ello sin la menor contestación política o institucional en España.
Segundo, la independencia catalana es la opción más realista para una democratización. Desde el 2011, el 15M y luego Podemos han planteado la necesidad de tumbar el régimen del ‘78 – basado en un pacto con elites franquistas y condicionado por represión y continuas amenazas golpistas (vale la pena recordar que entre 1975 y 1979, cuando se configuró este pacto, se registraban más muertos por represión policial que por la actividad de ETA). Una reforma del pacto posfranquista, sin embargo, solo es posible con una mayoría de dos tercios en las Cortes. Podemos, Izquierda Unida y los últimos 4 republicanos que quedaron en el PSOE, se encuentran a millas de luz de esta mayoría. Por tanto, la rebelión catalana es, con diferencia, la estrategia más sensata para desequilibrar el pacto del poder.
Tercero, el proceso independentista ha llevado a la sociedad catalana – por lo menos hasta ahora – a un giro hacia la izquierda. Si bien Pablo Iglesias y la gran mayoría de la izquierda española (hasta la más movimentista) han señalado que el voto por Junts pel Sí era un voto por el neoliberalismo de Artur Mas, en realidad la ecuación es mucho más compleja. La movilización independentista, fruto de la negación estatal de cualquier reforma federal y de una creciente indignación ciudadana a mediados de los 2000, terminó con CIU. Unió, más cercano al empresariado y a las elites democristianas europeas, dejó el gobierno mientras que Convergència, hasta ahora un fiel socio del pacto del régimen, tuvo que recoger demandas sociales y demócratas. Este desplazamiento político se refleja también en la composición de Junts pel Sí cuyo número uno proviene de Inciativia per Catalunya y en cuyas filas se encuentran tanto neoliberales y socialdemócratas como defensores de una izquierda plural que en Madrid militarían en IU. Es cierto que la mutación de la Convergència de régimen a la Convergència rupturista también es una maniobra para renovarse como elite. Pero es también bastante petulante identificar todo un movimiento con los intereses partidistas de CDC. Seguramente una parte considerable de los catalanes desea la independencia por razones económicas y chovinistas, pero otra parte no menos numerosa lo hace por motivos democráticos y republicanos muy respetables.
Cuarto: la CUP que logró triplicar su votación llegando a un 8,3%, se ha convertido en protagonista principal o como se suele decir hoy en día: ha logrado ocupar la centralidad del tablero. Esta Unitat Popular feminista y anticapitalista debería convertirse en un referente también para las nuevas izquierdas anti-identitarias. Fundada por una izquierda más bien dogmática y cerrada, ha logrado transformarse en un proyecto abierto, sólido y colectivo. Las decisiones se toman de manera asamblearia, el eje central de construcción son los grupos municipalistas, y personas como Anna Gabriel, David Fernández y Antonio Baños tienen más de un anarquismo pragmático de siglo XXI que de catalanismo tradicional. Es sumamente interesante también comparar la CUP con Podemos. El que Catalunya Si que es Pot sacó peores resultados que ICV-EUiA en 2011 demuestra que sí existen alternativas a la estrategia de del “núcleo irradiador”. A diferencia de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, la CUP ni ha asumido la razón del Estado ni reproducido estrategias anémicas del marketing político. Justamente por ello, por su “gran sabor a verdad”, logró cambiar la centralidad del tablero lo que demuestra que la construcción de hegemonías alternativas puede ser fruto de una radicalidad honesta, alegre y, sobre todo, más colectiva y femenizada.
Mi quinto argumento finalmente es que la situación sigue abierta. En el pasado, la izquierda solía interpretar las situaciones políticas según el supuesto fortalecimiento del campo propio. Tras el desmoronamiento de las certezas leninistas, deberíamos aprender a pensar más en base de lo que Deleuze / Guattari llamaron “las líneas de fuga”, es decir, constelaciones y ventanas de posibilidad. El panorama catalán se ha vuelto a abrir. Aun que es cierto que solo un 48% ha votado por partidos independentistas (frente a un 39% del status quo), hay una mayoría muy calificada por un “procès constituent”. Lo que los contertulios de TV suelen obviar es que el electorado de Catalunya Si que es Pot también se pronunció a favor del derecho a decidir y de la necesidad de un proceso constituyente. Por tanto, hay un mandato claro por la ruptura política y por un debate sobre la construcción de otro país. Ignorar estas posibilidades es también expresión de un tipo de ceguera identitaria – en este caso, española.
Raul Zelik acaba de publicar „Mit Podemos zur demokratischen Revolution? Krise und Aufbruch in Spanien“ (Verlag Bertz&Fischer).