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Desde el desierto multicolor. Entrevista con Raul Zelik
César Rendueles
A diferencia de lo que ocurre con el ensayo, en la literatura de ficción de las últimas décadas escasean las novelas centradas en los asuntos que preocupan a la izquierda política. Raul Zelik (Múnich, 1968) es una excepción. Si en su primera novela publicada en España ?La negra (Virus, 2006)? proponía una aproximación compleja, emocionante y muy literaria a la guerrilla colombiana, en la segunda ?Situaciones berlinesas (Txalaparta, 2009)? se adentra con un cargamento de vitriolo en las postrimerías del activismo berlinés. No en vano, Zelik es un conocido experto en la política latinoamericana, autor de ensayos como Venezuela: más allá de Chávez (Virus, 2004).
Tu última novela me ha interesado, sobre todo, porque es una de las pocas parodias inteligentes del izquierdismo que he leído. La mayor parte de los escritores que se adentran en este terreno se quedan en lo más tópico: pacifismo, higiene dudosa, promiscuidad... En cambio, Situaciones berlinesas ofrece una descripción muy fiel de los ambientes alternativos de Berlín. ¿De dónde surge esta información? ¿De tu propia trayectoria como militante?
Es una pregunta un poco indiscreta, ¿no? Digamos que nunca he sido ni zapatista ni okupa ni marxista-leninista ni anarko ni socialdemócrata. Siempre me ha gustado conocer formas de ser diferentes, por eso he pasado largas temporadas en América Latina y Euskal Herria. En Berlín llevo veinte años. Y, claro, he pertenecido a ese mundo que aparece en la novela... Un mundito, por cierto.
¿Crees que la izquierda sabe reírse de sí misma? ¿Qué recepción ha tenido la novela en Alemania?
Mis amigos se han reído poco. No sé si ha sido por falta de autoironía o porque simplemente no les gustaban los chistes. Quizás por las dos cosas: cuanto mejor conoces el asunto objeto de una caricatura menos acertada te parece, porque las caricaturas siempre son algo toscas. En el ambiente literario ha tenido una acogida mucho más calurosa. Mucho me temo que les encantó la perspectiva zoológica. Para ellos el mundo activista debe ser un cosmos difícil de imaginar. Imagino que, además, habrán reconocido algunas situaciones que aparecen en la novela, por ejemplo, el boom inmobiliario ha atravesado despiadadamente nuestras vidas. En fin, con los críticos me fue bastante bien: la novela fue candidata al Premio Nacional de Libro de 2005.
¿Hasta qué punto refleja Situaciones berlinesas la evolución de la ciudad en los últimos años? ¿Ha existido alguna vez ese Berlín heroico, políticamente radical y culturalmente innovador, que tanto ha dado que hablar?
Durante la guerra fría, Berlín en general y el barrio de Kreuzberg en particular estaban parcialmente abandonados por el capital. Es decir, hubo espacios y nichos para la diferencia y la radicalidad. Hasta cierto punto, se puede decir algo semejante sobre algunos barrios de Berlín Oriental, donde el régimen realsocialista intervenía relativamente poco. Este era el caso, por ejemplo, de Prenzlauer Berg. Con la caída del muro estas manchas blancas se borraron a gran velocidad. En Prenzlauer Berg sólo se ha podido quedar el 10% de la población antigua, todos los demás fueron desplazados por el alto coste de la vivienda. Lo triste es que los artistas, los turistas alternativos, los bares de estilo garaje ?que se creen algo diferente? han sido la punta de lanza de la gentrificación. Ahora los pioneros en búsqueda de lo otro, de lo diferente se apoderan de Neukölln, un barrio popular cercano a Kreuzberg. Es un proceso que está lejos de haber terminado y que sin duda creará un desierto multicolor. En ese sentido diría: ahí donde no llega el capital, evidentemente son posibles cosas diferentes. No creo que por sí mismas sean buenas, pero por lo menos son diferentes. En este aspecto, la radicalidad sí existía.
Pareces bastante crítico con la izquierda europea.
Ah, no, no... Soy crítico con esta sociedad de mierda, poco democrática, ridículamente consumista, con la propiedad altamente concentrada y, en términos generales, bastante ignorante. Hay que cambiarla completamente. Es cierto que ahora mismo no veo ninguna propuesta de izquierdas que plantee esta transformación de manera creíble y coherente. Pero también estoy convencido que los cambios suelen venir de donde menos se lo espera uno. Esta es, al menos, mi lectura de las rupturas en América Latina.
¿Cómo llegaste a conocer tan a fondo la realidad Latinoamericana?
A los 17 años me fui un año a América Latina. Viajé de Nicaragua a Bolivia y regresé en bus por Brasil y Guayana. Desde entonces he ido cada dos o tres años. También trabajé en Colombia: estuve un tiempo en un campamiento de desplazados, conocí las zonas rurales en conflicto, enseñé en la universidad... Es decir, conocí la realidad primero a través de mis propias vivencias. Luego investigué y escribí. Mi relación con Venezuela es más casual. En los años noventa empecé a viajar a menudo a Caracas porque los vuelos desde Europa eran baratos. Luego en 2003 formé parte de un proyecto de investigación sobre la ciudad informal y trabajé con organizaciones de barrios. Así he tenido la posibilidad de conocer la situación de Venezuela desde una perspectiva radicalmente diferente. Desde abajo.
En La Negra escribes a propósito de una viajera alemana en Colombia: "Muy pronto comenzó a sentirse como en casa y ya nada le sorprendía: ni los tiroteos en la noche ni los autobuses pintados con mensajes subversivos o la constante presencia del ejército. Se sentía como si siempre hubiera vivido allí. Tal vez se debía a esa acogida tan amable, o tal vez al hecho de que esa ciudad era uno de esos lugares, cada vez menos numerosos, en donde el capitalismo se tiene por una enfermedad seria pero curable; un optimismo histórico de un valor incalculable". ¿Es esta tu propia vivencia de esa realidad?
Sí, eso es. Mi primer gran encuentro con Colombia fue Barrancabermeja, una ciudad de unos 250.000 habitantes. Barranca fue un bastión sindical y obrero hasta el año 2000, cuando fuerzas estatales y paramilitares asesinaron a unas mil personas. Está ubicada en una zona tropical, a unos 300 kilómetros al norte de Bogotá, y el calor hacía que, a pesar del terror, la ciudad siempre tuviera un aire relajado. Me impactó mucho. Me gustó ese amor a la vida. Creo que la ciudad hoy está muy cambiada. Después de tantas muertes, de tanta zozobra, las estructuras sociales ya no pueden ser las mismas. La Negra fue un pequeño homenaje personal a esta Colombia diferente de la que tan poco se sabe, no sólo fuera sino incluso en la propia Colombia. No he vuelto desde hace casi diez años.
Por cierto, ¿qué tienes en contra de los mochileros?
No tengo nada en contra de las mochilas, siempre y cuando sus portadores no crean que practican un turismo más auténtico, sano o suave. El turismo de masas es una plaga, independientemente de la ropa que vista.
Me han sorprendido los toques de humor con los que en La Negra ironizas sobre los aspectos más caricaturescos de las organizaciones guerrilleras sudamericanas. ¿Qué valoración haces de la recepción ?literaria e ideológica? de la lucha armada en América Latina? ¿Crees que se ha mistificado, tanto negativa como positivamente?
Seguramente, se ha mistificado la experiencia guerrillera. Pero, a la vez, La Negra es una novela guerrillera. Cuenta lo cotidiano, lo estancado, pero a la vez lo inevitable de la lucha. No sé si el planteamiento del libro es correcto, pero la novela es muy partidaria. En este sentido, no lo percibo como una ironización de la lucha insurgente. Al contrario, es muy realista. Algunas frases del libro son de los propios guerrilleros. Un comandante del ELN por ejemplo declaró hace unos años: "Llevamos tantos años en la montaña, que ya formamos parte del paisaje." ¡Y esto lo dijo hace quince años!
Por otro lado, me parece que ha habido poca recepción de las luchas armadas en la literatura. Conozco pocas novelas que realmente cuenten estas historias tan interesantes, supongo que por las grandes contradicciones que implica el tema. No hace falta irse tan lejos: sobre ETA no hay casi nada. Lo que conocen los lectores españoles son obras que cumplen la misión ideológica de condenar. Y creo que esto es incluso más miserable que el elogio partidista. Estoy convencido de que es posible algo diferente. Joseba Sarrionandia, ex preso de ETA y prófugo desde 1985, tiene una novela increíble: El amigo congelado. Es un libro extraordinario. Me gustó tanto que me puse a estudiar euskara para traducirlo al alemán. Y a pesar de que no ha encontrado demasiados lectores, para mí sigue siendo el mejor libro que he leído en mi vida. Pero claro, las grandes editoriales no quieren publicar una literatura que es disidente en un sentido tan radical como la de Sarrionandia.
Tu ensayo sobre Venezuela parece a veces la crónica de un descubrimiento. Llegas a Caracas con escepticismo pero al final del libro pareces un defensor convencido del proceso bolivariano. ¿Por qué esa desconfianza inicial? ¿Qué cambió durante el viaje?
Sabía, por ejemplo, de la represión militar contra la revuelta popular del caracazo en 1989,por eso me resultaba difícil aceptar que una transformación social se apoyara en los militares. Pero lo interesante de Venezuela era que los cambios eran expresiones de un vacío político, de una crisis de representación. En este sentido, el proceso bolivariano ha hecho posible que se escuchen voces disidentes. Se han abiertos puertas. Chávez hasta cierto punto ha posibilitado esto y hasta cierto punto lo ha impedido, pero lo interesante no es él. El culto a su persona, por cierto, es extremamente exagerado. Sin embargo, es un proceso esperanzador: muestra que siempre, incluso en las crisis más grandes de las izquierdas, es posible una ruptura.
Más en general, ¿qué opinas de los cambios políticos que se están produciendo en Sudamérica?
Todavía ha habido poco cambios. Estar en el gobierno no significa tener el poder. Los movimientos de base, a su vez, tampoco tienen el poder para cambiar las estructuras sociales y económicas. Seamos más realistas, es decir, marxistas: si no cambiamos las estructuras socioeconómicas, la propiedad, los procesos de decisión sobre el trabajo y la producción, no cambiamos nada, o casi nada. Sin embargo, Venezuela, Ecuador, Bolivia y quizás Paraguay son casos interesantes: cuestionan el modelo dominante.
Venezuela: más allá de Chávez me ha parecido un ejemplo de buen periodismo. A veces tengo la sensación de que la izquierda se centra demasiado en la crítica de los medios de comunicación mayoritarios y se olvida de pensar una alternativa positiva. ¿Tienes una idea formada de cómo podría ser un periodismo distinto?
Gracias por las flores pero no sabría proponer planteamientos para un periodismo diferente. Leo bastante la prensa, sin que me interese. Creo, sin embargo, que un periódico con una visión alternativa siempre tiene su peso. Quizás parecerá raro que lo diga: cuando estoy en el País Vasco y leo Berria y Gara tengo la impresión de disponer de un acceso muy diferente a la información. Evidentemente, la calidad de los textos no siempre es buena. Los dos diarios trabajan con pocos recursos. Sin embargo, los aprecio mucho porque, al leerlos, me doy cuenta de lo ideologizado que está el mundo mainstream y de lo poco que sabemos de nuestra Europa.
Por cierto, en el libro mencionas varias veces a Sabine Bitter y Helmut Weber. Los conocí en Madrid hace años, cuando expusieron aquí. Me dio que pensar algo que explicaban y que tú también comentas: el uso político que se había dado en Venezuela a la obra de filósofos europeos, como Toni Negri, que hasta entonces a mí me habían parecido muy académicos.
La verdad es que tengo mis dudas de que el proceso constituyente venezolano haya tenido algo que ver realmente con Negri, tal y como lo plantean Sabine y Helmut. Chávez conoce el libro, pero seguramente está más cerca de Fidel Castro y Mao Zedong (risas). Mucho me temo que la influencia de la filosofía es reducida. Alguien ?creo que el propio Negri? comentó una vez que en el siglo XIX las revoluciones se hacían en Francia mientras la filosofía se revolucionaba en Alemania. En las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX pasó algo diferente pero parecido: la revolucion (casi) se producía en Italia, mientras la filosofía se reinventaba en Francia. Cuando se hacen cosas con la gente, hay poco tiempo para pensar. Hay otras prioridades. ¡Y los venezolanos leen tan poco! Conocen a su constitución y a Chávez pero, ¿más allá? No sé. Ojalá que me equivoque. Porque claro: una revolución que lee sería lo mejor. Creo que con Gilles Deleuze, por ejemplo, podríamos hacer milagros.