Traducción del alemán: Ricardo Bada
Los medios electrónicos son sobrevalorados muchas veces, pero encierran potenciales contradictorios. Una revisión en base al ejemplo Colombia.
Es un lugar común: los medios electrónicos y las redes sociales cambian la política y los movimientos sociales. Tuitear se ha convertido en una amplia forma de comunicación; con los “Piratas” (véase el artículo de Probst en este número), han nacido en numerosos países europeos unos partidos que quieren ampliar las nuevas posibilidades de la comunicación electrónica para convertirlas en programa social, y a las sublevaciones de la “primavera árabe” se las llega a considerar “revoluciones Facebook”.
Empatía de los encuentros humanos
Pero existen buenos motivos para contradecir la euforia general. El sociólogo madrileño César Rendueles llamó la atención hace unos meses, en una entrevista publicada por el diario vasco Gara, acerca de las discordancias del discurso. Según Rendueles, en relación con el siglo XIX no se habla de “revoluciones del periódico” sólo porque los medios impresos jugaran entones un papel central. Los movimientos sociales no derivan de los medios técnicos que usan, ni en Europa ni en el norte de África, donde sólo una minoría de la población tiene acceso a Internet.
Rendueles, miembro activo él mismo del movimiento español 15M, explicó la nueva ola de protestas en su país como más bien antitécnica: “La gente salió a la calle, porque estaba harta de comunicarse por la red y de insultarse en los foros.”.
En este sentido, los medios electrónicos es cierto que fueron de gran utilidad en el movimiento 15M para organizar la protesta más allá de los partidos y los sindicatos. Pero no son logran generar la empatía y la solidaridad que siguen constituyendo el núcleo de todo movimiento social. Ahora como antes, la empatía surge sobre todo de los encuentros humanos directos.
Ilustración técnica y determinismo histórico
En ese sentido, el entusiasmo por los medios sociales suele ser específicamente ingenuo. En el pasado se acusó –con bastante razón– a la izquierda marxista y a su “materialismo histórico” de que reducían la Historia a un proceso mecánico, en tanto en cuanto derivaban la realidad social del desarrollo tecnológico. Con la consagración de Facebook y Twitter como fuerzas sociales, ese determinismo histórico regresa con ropajes nuevos. Pero así no sólo se sobrevalora el poder de los medios, sino que además se renuncia a cualquier crítica de la nueva técnica. A pesar de las posibilidades participativas de la Web 2.0, gracias a las cuales en principio cualquiera puede crear su propio blog y su propio dominio, el espacio electrónico es todo lo contrario de una estructura derelicta. Los consorcios mediales y las grandes empresas también tienen en la red más chances de hacerse oír que las iniciativas ciudadanas o las personas particulares. Y asimismo están a la orden del día, en la red, los filtros de contenidos, desde hace mucho y no sólo en los Estados gobernados autoritariamente. Empresas privadas como Facebook hacen uso de la posibilidad de bloquear páginas o desplazarlas de sus servidores, entretanto también por motivos políticos. La red es, eso sí, más permeable que los medios tradicionales, pero el espacio virtual no se encuentra por ello en absoluto fuera de la sociedad.
Un botón de muestra: el ejemplo de Colombia
Así pues, los cambios en la política a través de medios electrónicos tienen que discutirse a la vista de un ejemplo concreto. Intentémoslo en el caso Colombia: aun cuando la tasa de pobreza sigue siendo aquí igual de alta, y aunque por consiguiente la adquisición de aparatos electrónicos queda reservada a una minoría, los nuevos medios de comunicación han arribado aquí a la vida cotidiana. También en los barrios pobres dispone hoy la mayoría de la población de teléfonos celulares, los cuales, equipados con tarjetas prepago, no garantizan la libertad de comunicación, pero al menos el hecho de ser accesibles (para el patrono, las autoridades y los amigos). Y si es cierto que la mayoría no puede permitirse una computadora o una conexión a Internet, al menos los jóvenes tienen acceso a la red normalmente a través de bibliotecas, universidades, escuelas o cibercafés. A pesar de todas las limitaciones, Facebook, Twitter o Youtube son parte integrante de la realidad social.
Consecuentemente han cambiado también las vías de comunicación de la política. Eso se pone de manifiesto claramente en la estrategia comunicativa del ex presidente del país Álvaro Uribe. El político medellinense, que a lo largo de ocho años condujo al país por un rumbo rígidamente derechista, usa los medios electrónicos desde el final de su mandato, a mediados del 2010, para influir en la situación política nacional. Casi a diario envía a sus más de 800.000 seguidores en Twitter varios comentarios breves donde ataca duramente a jueces, políticos o periodistas críticos. Aquí se muestra que el formato ejerce influencia sobre el contenido, pues la concisión de los tuits recrudece por añadidura el tono agresivo del discurso de Uribe.
Movilización contra Internet
Los medios electrónicos también les han abierto nuevas posibilidades a los movimientos de oposición. Así, la campaña presidencial del ex alcalde verde de Bogotá Antanas Mockus en 2010 le debió su energía movilizadora no en último término a dichos medios. Puesto que el Partido Verde de Colombia se fundó recién con motivo del inicio de la campaña, y apareció en ella sin un programa político auténtico, Mockus entró en la carrera prácticamente sin disponer de una organización partidaria. La “ola verde” puesta en marcha por los medios electrónicos (pero también apoyada por algunos consorcios mediales) le valió a Mockus un inesperado empuje de popularidad y lo convirtió en el más importante candidato de la oposición. Mockus pasó a ser así el símbolo de un movimiento ciudadano que reclamaba una alternativa a los aparatos partidarios clientelistas. Esta campaña estuvo sostenida por la participación de los usuarios de Internet, que en la red se transformaron en luchadores electorales y que se veían a sí mismos como un movimiento social.
El ejemplo también muestra, sin embargo, los límites de una movilización semejante: el apoyo de los medios electrónicos (usados principalmente por las clases medias) no se tradujo en votos sino de una manera muy reducida. Contra las máquinas electorales de los grandes partidos, la “ola verde” no tuvo finalmente ninguna posibilidad: en la segunda vuelta decisiva, el candidato de los partidos tradicionales, Juan Manuel Santos, alcanzó 9 millones de votos, su contrincante alternativo, Mockus, tuvo que contentarse con unos decepcionantes 3 millones. En este sentido, puede afirmarse que la “ola verde” se quedó en virtual, un fenómeno medial que en primera línea estuvo reducido a las clases medias urbanas.
El problema de la campaña electoral con medios sociales se evidencia también en otro aspecto: la movilización en Internet fue fugaz; el joven Partido Verde fue “mediatizado” como fuerza opositora pero prácticamente no estaba en condiciones de asumir ese papel. Muy pocos meses después de la derrota electoral, las corrientes principales del mismo entraron en conflicto, hasta el punto de que el ex candidato Mockus abandonó el partido. De esta manera, los verdes colombianos también se quedaron, a nivel de organización, en virtuales. A pesar de ello tuvieron un efecto muy real y problemático: desplazaron en la opinión pública a otros movimientos opositores más asentados y a fin de cuentas hasta debilitaron de este modo a la oposición política.
Eficacia ambivalente
Finalmente, como tercer ejemplo de la digitalización de la política puede traerse a colación el movimiento estudiantil surgido en el 2011. A fines de ese año fueron a la huelga todas las universidades públicas del país, como protesta contra la reforma educativa planeada por el Gobierno de Santos, que quería forzar la privatización y la gestión empresarial de los centros de estudios superiores. Después de seis semanas de protestas, y teniendo presente el descenso de popularidad de su colega chileno Sebastián Piñera (provocado por una ola contestataria similar), el Gobierno de Santos se vio obligado a retirar su plan de reforma.
También el movimiento universitario colombiano se valió esencialmente de los medios electrónicos. A pesar de que muchas universidades se quedaron desiertas? tras el anuncio de la huelga, y la mayoría de los estudiantes permanecieron en sus casas, gracias a la red electrónica el movimiento estudiantil pudo activar unas asambleas generales y movilizar hacia las calles, en los días de protesta, más de cien mil personas[1]. Sin los medios sociales, el movimiento se hubiera caído muy pronto. A quienes estaban en sus casas, la comunicación digital les permitió ponerse al día y participar puntualmente en las actividades. Pero también aquí fue ambivalente el efecto de la digitalización. Es cierto que las páginas de Facebook y los blogs evitaron la caída del movimiento e hicieron posible una coordinación de la protesta con otros movimientos latinoamericanos, pero simultáneamente también dieron fe de la actitud tendencialmente pasiva de la mayoría de los estudiantes. En las discusiones y actividades diarias participó una minoría cada vez más reducida. Al final, los medios digitales sirvieron menos para la participación que para la delegación de trabajo y de tareas.
Chances… pese a los peligros
En estos ejemplos se ve claramente que los medios digitales, como cualquier técnica, llevan con sigo potenciales contradictorios. Hacen posible la participación, unos procesos de decisión más horizontales y formas de organización más “fluidas”, pero encierran el peligro de que la participación se reduzca al acto virtual y que no surjan procesos de discusión y organización más estables. Qué potenciales se desarrollan más fuertemente depende, como siempre, de las personas, de las relaciones sociales y de los propios movimientos sociales. Los medios electrónicos abren ampliamente la puerta hacia una democratización real de la sociedad más allá de los Parlamentos, los partidos y los informes tecnocráticos, pero promueven también la fragmentación, la despolitización y la superficialidad. Para poder aprovecharlas productivamente, los movimientos sociales tienen que hacer uso de estas nuevas posibilidades, sin confiar ciegamente en ellas. En primer lugar, como tantas veces, debe estar la capacidad crítica. Porque sólo quien entienda lo que la técnica significa para las relaciones de poder será quien pueda utilizarla de una manera emancipatoria.
Profesor de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia